29 de diciembre de 2009

¿Nacional? no, estatal


El adjetivo “nacional” se ha convertido en un adjetivo sucio, soez, cargado de connotaciones fascistas, centralistas, mesetarias y opresoras.

El Instituto Nacional de Meteorología
cambió su nombre a Agencia Estatal de Meteorología, quizá porque todos sabemos que las naciones auténticas son Galicia, Cataluña o el País Vasco pero España es solo un triste y modesto Estado Español. “Estatal” es progresista pero “nacional” es fascista.

Acaso lo único “nacional” que nos va quedando sin que se sienta vergüenza ni desdoro es el DNI que aún sigue siendo el Documento Nacional de Identidad. Aunque podría ser en breve el DEI, o sea, Documento Estatal de Identidad.

El pasado 10 de noviembre se celebró en Alicante el undécimo
Campeonato de Tortilla de Patatas de España. El ganador fue un bar de Bilbao llamado Izaro. Como puede verse en la foto, ellos consideraron obsceno catalogar su tortilla como “española” así que la motejaron de “estatal” que en la mente de un vasco de orden es una palabra desprovista de tintes fascistas, centralistas, mesetarios y opresores. Curiosamente, en su página sí que han puesto el cartel del concurso donde aparece la palabra maldita.

El ínclito caballero don Gaspar Llamazares ex-coordinador de Izquierda Unida dijo que Radio Nacional de España
debería quitarse el adjetivo “nacional” y llamarse Radio Española pues así, con el adjetivo “nacional”, tenía connotaciones franquistas.

Es curioso que sea la izquierda quien tan gustosa reniega del adjetivo “nacional” o del sustantivo “España”. Ellos, que son tan laicos y antirreligiosos, se aplican el mismo rasero que los judíos que tienen prohibido decir “Jehová”. Las palabras tabúes son poderosas: da igual que se sea rojo o judío. Es como que la laringe o las cuerdas vocales de los pueblos oprimidos fueran a llenarse de pus al pronunciar ciertos términos. Como si la garganta les fuera a segregar materia fecal. Este ridículo miedo a proferir algunas palabras
fue ironizado con maestría por el grupo inglés Monty Python.

23 de diciembre de 2009

Navidades ultra-laicas

El cuadro es altamente ofensivo y demuestra la poca sensibilidad que tenía el pintor renacentista alemán Alberto Durero en la protección del menor. El pintor alemán olvidó de manera imperdonable pixelar –o difuminar- el rostro y el pene del menor, el cual fue identificado como Jesús, nacido en Belén e hijo de un tal José y de una tal María. Se discute, de todos modos, la identidad del padre que podría corresponder a un tal Jehová o Yahve, ambos de origen y filiación ideológica desconocida.

Es increíble cómo la Iglesia Católica ha permitido siempre estas representaciones ofensivas que -con la excusa de la religiosidad- violan y quebrantan un principio tan sagrado como es la identidad del menor.

Afortunadamente, la Comisión Estatal de Pixelaciones de Representaciones Artísticas (CEPRA) está recorriendo los museos del Estado Español para corregir los desagradables atentados contra la dignidad del menor que se han estado cometiendo a lo largo de siglos.

Ya sabemos que la Navidad es ofensiva para la tolerancia y el buen rollito y se ha sustituido por unas Navidades Laicas al mejor estilo del
Culto del Ser Supremo que se hizo durante la Revolución Francesa. Por suerte para todos, Dios ha sido sustituido por un Mesías Laico que guía nuestros destinos dictándonos qué hemos de votar, qué fuentes de energía hemos de usar, qué modelo económico hemos de seguir y qué periódico hemos de leer.

Deseo a quienes leen este cuaderno de bitácora un Feliz Año y una Feliz Navidad –o mejor dicho- unos laicos festejos de conmemoración religiosa del supuesto nacimiento de cierto personaje relevante dentro de la religión cristiana.

Yo, por chinchar, he puesto el belén más grande que he encontrado. Hecho en China, como no podía ser menos.

17 de diciembre de 2009

Puliendo el pasado


El Ministerio de Defensa de España ha prohibido que en la nueva etapa del Museo del Ejército se haga cualquier mención al dictador Francisco Franco. Y ha ordenado que se quiten las referencias a Franco de los textos que acompañan las exposiciones, citando especialmente el desembarco de Alhucemas. Así lo escribió Álvaro Martínez Novillo subdirector general de Patrimonio Histórico Artístico de Defensa:

"El art. 15.1 de la Ley 52/2007 -conocida como de la Memoria Histórica- es muy terminante en cuanto a las "menciones conmemorativas, de exaltación, personal o colectiva, de la sublevación militar, de la Guerra Civil y de la Represión de la Dictadura" (...) no se pueden ni deben citar en textos murales como ejemplo a soldados que, por las razones que fueran, vulneraron el ordenamiento constitucional vigente en su momento. Por ello, si se quiere citar el desembarco de Alhucemas, se citará sin referencia expresa al dictador. Y esto no es censura, sino respeto y acatamiento al marco legal vigente mientras no se demuestre lo contrario".

Es sintagma totalmente confuso el de “memoria histórica” porque la historia es y debe ser objetiva, pero la memoria siempre es subjetiva. La memoria ha de ser objetiva, aunque las interpretaciones puedan ser subjetivas. Se puede opinar de forma argumentada por qué Eduardo I de Inglaterra
expulsó a los judíos en 1290, pero los hechos son los que son. Al contrario, la memoria siempre es subjetiva porque siempre se recuerda lo que se quiere recordar más que lo que se vivió. Se recuerda bellísima a la chica que ahora es vulgar. Se recuerda magnífica la película que hoy es un bodrio. Se recuerda de modo subjetivo porque nuestra memoria está condicionada por nuestras vivencias, lecturas y percepciones.

Al amparo de la Ley de Memoria Histórica ya se habían cometido excesos no basados en el rigor con el que se aplicaba la ley sino por pura y simple ignorancia.

El Sindicato de Estudiantes
exigió en marzo de 2008 que un colegio público de Bailén en Jaén cambiase su nombre: el colegio de Bailén se llamaba 19 de julio. Exigieron porque el ignorante siempre exige. Se siente arropado en su ignorancia con el estímulo que le supone su mente emborrachada de ideología con la cual resuelve los problemas del mundo en menos de un folio. Lo que el Sindicato de Estudiantes ignoraba es que el nombre de “19 de julio” no se refería al alzamiento de Franco en 1936, sino a la Batalla de Bailén durante la Guerra de la Independencia contra los franceses. Pidieron perdón sin rebajar un ápice su arrogancia y dijeron: “El listado con los centros educativos vinculados aún al franquismo lo hizo el propio Sindicato, y asegura que ya ha sacado al 19 de julio de Bailén del mismo”. Miedo da pensar quiénes son las lumbreras que llevan a cabo esos listados.

También hablé en
glosas anteriores de cuando quisieron quitar el nombre de “Héroes de Baler” por franquista a una calle de Cáceres. El acontecimiento de los Héroes de Baler se refería a un hecho de 1899, cuando Franco tenía 7 años.

Es necrófilo y necrófobo este afán por eliminar y arrancar una parte de la historia de España. Nadie discutirá jamás que Francisco Franco fue un dictador pero, guste o no, forma parte de la historia de España. Al igual que la forman Carlos V,
el cura Merino, la expedición Malaspina, las guerras carlistas o Tejero. Recordar no es exaltar. Recordar no es glorificar. Recordar no es enaltecer. Recordar es no olvidar qué paso antes de que uno naciese.

Recordar es volver al colegio donde uno asistió de pequeño aunque le pegasen y le obligaran a rezar. Recordar es mirar las fotos del abuelo que nunca dio un abrazo. Recordar es buscar en Facebook a las antiguas novias o amigos. Recordar es saber mirar una catedral, un castillo o un acueducto sabiendo que vienes de ahí. Recordar es saber qué significa una cruz, aunque no seas creyente.

Es un poco ocioso recordar que el
desembarco de Alhucemas tuvo lugar el 8 de septiembre de 1925, cuando el futuro dictador era todavía coronel. Su misión le supuso ascender a general cuando faltaban once años para que encabezara la insurrección militar contra la Segunda República que dio lugar a la Guerra Civil Española y que dio paso a la dictadura encabezada por él.

Lo más triste del asunto es el deseo de meter mano en el
Museo del Ejército: un museo menor y olvidado que siempre estuvo arrinconado cerca del Museo del Prado; y que está fuera de la ruta habitual de los museos madrileños. Aznar tuvo la genial idea de llevárselo al Alcázar de Toledo que es el antiguo palacio que se hizo hacer Carlos V y que nunca habitó. Lleva cerrado más de 7 años con una inauguración que se retrasa más y más. Era previsible que la actual ministra de defensa doña Carme Chacón le diera un tinte de buenismo al museo, como viene aconteciendo últimamente con el Ejército. La señora ministra está en el Gobierno cuyo presidente acaba de decir que “La Tierra no pertenece a nadie, salvo al viento”

Les bastaría abrir unos cuantos libros para darse cuenta de que cualquier emperador romano o rey absolutista era mil veces más cruel y déspota que Franco. Más que nada porque vivieron siglos antes. Y no por eso se les borra de los libros. No parece que los franceses quieran extirpar de sus libros a Julio César a pesar de que 1.000.000 de galos murieron durante la
Guerra de las Galias. Ni parece que quieran derribar los restos romanos de Nimes o Arles. Tampoco, afortunadamente, los sirios o egipcios han pedido que se derribe la Acrópolis de Atenas por las conquistas de Alejandro Magno. O, sin ir tan lejos, aquí en España, erradiquemos de los libros y derribemos los monumentos romanos en honor a los nobles pueblos celtas e íberos que campaban a sus anchas antes de la tiránica invasión de Roma a partir del desembarco de Ampurias en el 218 A.C.

Creo que fue
Tucídides quien dijo que solo los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla.

6 de octubre de 2009

Atuneros vascos


El pasado 18 de junio de 2009 el Ejército de España –la ONG que no está en guerras sino en operaciones muy humanitarias- se hallaba de maniobras en las Vascongadas –o País Vasco- y terminó sus ejercicios en el Monte Gorbea que se encuentra entre Álava y Vizcaya. Allí desplegaron una bandera de España y se hicieron algunas fotos.

Este hecho fue duramente criticado por el Partido Nacionalista Vasco, los cuales consideran el Monte Gorbea un lugar muy simbólico para el movimiento abertzale. En compensación por el agravio sufrido, el PNV organizó una marcha para “reconquistar” –por decirlo de alguna manera- El Monte Gorbea de garras del españolismo.
La marcha tuvo lugar el 4 de julio de 2009 y hubo un contundente discurso de Íñigo Urkullu: presidente del PNV.

Meses más tarde, el mismo Partido Nacionalista Vasco pidió
la presencia de militares españoles en los barcos atuneros vascos que corrían peligro de ser atacados por piratas somalíes.

Los mismos señores que se sienten afrentados por la bandera y por el Ejército de España piden luego su presencia en los atuneros vascos. Al pensar en este hecho es fácil pensar que a la hora de pagar y de sacarles las castañas del fuego a los eternos quejicas: todos somos españoles.

El Gobierno de España se negó a la propuesta del PNV y, días más tarde, el atunero vasco “Alakrana”
fue secuestrado en el Océano Índico.

Un año antes, el 20 de abril de 2008, otro atunero vasco llamado “Playa de Bakio”
fue secuestrado en la misma zona por piratas somalíes. El rescate de 780.000 euros se pagó en Londres tras una negociación entre representantes españoles y abogados británicos. Lo cual vino a demostrar que los piratas son profesionales cualificados que tienen el secuestro y la extorsión como su modo de vida. La procedencia del dinero se ignora, pero quizá el dinero salió de los fondos reservados del Gobierno.

Por las mismas fechas, en abril de 2008, un yate francés, el “Ponant” fue secuestrado, pero
fuerzas especiales francesas lo liberaron y mataron a 3 piratas en una operación contra sus guaridas.

Dos maneras de solucionar lo mismo. Ante estos hechos cabe ponerse en la piel de los piratas somalíes que no tienen dificultad en elegir sus presas. ¿Un barco francés con riesgo de que nos maten? ¿O un barco español que pagará diligentemente y que encima se felicitará por el pronto pago y por no haber disparado ni una sola bala? No hace falta ser un genio para saber qué tipo de barco buscará un pirata somalí.

Los franceses siguen la vieja máxima de que al enemigo ni agua. Pero los españoles siguen la nueva máxima de que el enemigo es un ser incomprendido, con una infancia difícil, con padres que no lo abrazaron lo suficiente y con malas compañías que lo indujeron –demasiado pronto- a resolver sus problemas con un
Kalashnikov.

El escritor Arturo Pérez Reverte definió
con afilada ironía el 10 de mayo de 2009 nuestro insoportable y empalagoso buenismo: qué buenos somos…

“Y luego el operativo. Gabinete de crisis en Moncloa. Café y expertos. Ese presidente Zapatero telefoneando a Obama para preguntarle qué haría él en un caso similar, y el otro respondiendo que ya lo hizo: no pagar un duro y cargarse a los malos. Eso es totalitario, responde Zapatero. Indigno de un presidente afroamericano de color. Entre Sarkozy y tú me vais a desmontar el chiringuito con vuestros putos pistoleros. Nosotros tenemos Alianza de Civilizaciones, chaval. Somos líderes en eso. Además, te informo de que la violencia sólo engendra violencia. La piratería está tocando fondo, dentro de un par de meses empezará a disminuir, y mi gobierno ya toma medidas para que cuando desaparezca del todo, que será pronto, África y sus habitantes encuentren a España preparada para convertir aquello en Hollywood. Que no te enteras, tío”.

Y después, tatatachán, el desenlace. Al alba y con viento de levante, tras arduas y enérgicas negociaciones a través de la embajada de Cataluña en Mogadiscio, el ministro Moratinos anuncia otro éxito diplomático y humanitario sin precedentes: «Hemos pagado enérgicamente –dice sin despeinarse– el rescate en un tiempo récord, cosa nada fácil con las transferencias, los horarios de bancos y demás. En cuanto a lo que de verdad preocupa a los españoles, la salud de los piratas, diré que todos se encuentran bien; excepto uno que, al abalanzarse a robarle el reloj al señor Anasagasti, resbaló y se hizo pupita en un dedo. La ministra de Defensa ha fletado un avión para trasladarlo a un hospital de Madrid –ella misma le sostiene el gota a gota de plasma–, y confiamos en su recuperación. Son daños colaterales inevitables en estas operaciones de precisión y alto riesgo. Por otra parte, el cabo primero de infantería de marina Manolo Gómez Cascajo, que en un momento dado sugirió coger los Cetmes y achicharrar por el morro a los piratas, ha sido seriamente amonestado por Defensa, y su próximo destino será censar focas en Chafarinas. Por querer matar negros y por fascista».

16 de septiembre de 2009

RAF - Facción del Ejército Rojo - Cuando la ideología emborracha.


Al calor de los dos guardias civiles asesinados en Mallorca por los valientes gudaris etarras, me acordé de una película que vi este invierno. La película es fantástica y apenas tuvo repercusión en España. Parece mentira que una sociedad azotada por el terrorismo no se fije en películas tan bien hechas y que hablan de cosas tan cercanas a nosotros.

Me refiero a “
R.A.F. Facción del Ejército Rojo” una película basada en la historia del grupo terrorista alemán Baader-Meinhof.

La película muestra, de forma transparente, el proceso por el que un grupo de jóvenes -emborrachados de ideología- puede terminar convertido en fanáticos enloquecidos incapaces de asumir las consecuencias de sus actos y cegados por su hueca e incoherente verborrea.



La película enseña qué ocurre cuando un radical -ciego de odio y rencor hacia su entorno- explica la complejidad del mundo con cuatro frases simplonas y mal construidas. La película expone el mecanismo mediante el cual unos individuos someten su vida y la de sus familias a la ideología más pobre y esmirriada y desprecian todo aquello que no encaja en su mundo mítico e ideologizado.

Para los miembros de la RAF –al igual que para muchos miembros de la izquierda española y la mayoría de los nacionalistas- todo aquel que no comparte sus métodos es un fascista. La palabra "fascista" es balsámica. Desahoga a quien la profiere y le hace sentirse superior al resto de la Humanidad. La fragilidad de su pensamiento es tan intensa que todo lo basan en hacerse las víctimas; viendo conspiraciones, confabulaciones y complots donde solo hay intentos de racionalizar y combatir sus acciones. 



Es siempre sorprendente la fascinación que los terroristas ejercen sobre las personas de izquierda que los admiran, merced a las piruetas racionales –bien empapadas de ideología- más extravagantes. Valga como ejemplo esta bitácora de un pacífico librero de Madrid, quien dice querer hacer un altar con una foto recién encontrada de la terrorista alemana Ulrike Meinhof. Ese sigiloso vínculo entre la izquierda y el no respeto a las leyes.

La película arranca con una clásica canción de Janis Joplin:
“Oh Lord won’t you buy me a Mercedes Benz”, un tema de los 60 en el que se percibe el rencor y el resentimiento que subyace en tantos adscritos a la izquierda. Porque lo que Marx llamaba “rencor entre miembros de distinta clase” no es más que envidia de quien tiene más que tú. 


Como al izquierdista occidental no le apetece trabajar para aprovechar las ventajas que el sistema ofrece y así tener todo lo que envidia de quien sí trabaja, lo que hace es robar y matar. Pero el terrorista de la película lo justifica diciendo que es “apropiación de la plusvalía del trabajador”. Si se roba a un rico no es delito, porque se le está devolviendo al pobre lo que le pertenece. ¿Cómo se le puede devolver lo que nunca fue suyo?


Es el viejo mito izquierdista de que la riqueza se consigue porque se le quita a un pobre lo que ahora es del rico. Un viejo mito que continúa siendo fructífero porque se alimenta de otro mito: que la riqueza es limitada y que hay que distribuirla. Señores: la riqueza se genera.

La película es apasionante en describir las razones por las que cualquiera puede acabar en un grupo terrorista. Desde delincuentes comunes sin lecturas ni ideales, hasta mujeres engañadas por sus maridos que sienten que no tienen nada que perder. Todo esto recuerda al etarra
Arkaitz Goicoetxea, gangoso, y de quien las mujeres se reían durante su adolescencia. ¿Cuántos etarras que se sienten perdedores y mediocres habrán pegado tiros en la nuca? Más de uno. De igual modo que muchos hombres desdeñados por las mujeres se convierten en violadores. Pero no simplifiquemos ni juguemos a ser Freud. Esto no explica, sino que ayuda a describir.

Otro ilustre ejemplo de resentidos metidos a exaltadores o asesinos es
Jean Paul Marat. Marat era un médico venido a menos que terminó viviendo en las alcantarillas de París. Durante la Revolución Francesa, usó todo su rencor y rabia de haber sido un paria sin un mendrugo de pan que llevarse a la boca, para ser uno de los más enloquecidos exaltadores del terror. Veía conspiraciones por todos lados y pedía sangre y guillotina sin parar: igual que un terrorista de hoy en día. A pesar de que tuvo un final aciago y fue asesinado, Marat fue elevado a la categoría de Dios y su nombre sustituyó al de Cristo en muchas iglesias y monasterios de París. Lo transformaron en un santo laico, de similar modo a como hoy mucha gente trata – terroristas incluidos- la figura de Ernesto Che Guevara


El mito del Che Guevara es tan fuerte y arraigado que un guerrillero que toda su vida usó la violencia ha terminado convertido en un icono de la paz. No es raro ver su rostro en cualquier manifestación pacifista. Un personaje que tenía muchas semejanzas con Robespierre y Marat, durante su Reino del Terror, ha terminado convertido en Gandhi.

Quizá una de las razones más llamativas por la que hay tanta gente que comprende, disculpa y jalea el terrorismo es ese barniz de intelectualidad o de fondo ideológico que muchos –erróneamente- le adjudican. Basta con que un terrorista llene sus declaraciones de términos vacíos pero sentimentalmente muy impactantes para que haya alguien que se declare seguidor de un grupo terrorista.



Términos como: “liberación de los oprimidos; “capitalismo salvaje”; “imperialismo”; “liberación del Tercer Mundo” son todos ellos sintagmas vacíos de contenido pero que impactan fuertemente la sensible conciencia del occidental. El occidental sabe que, para ser progresista, ha de sentirse culpable. La culpa es inseparable del pensamiento progresista.

En la parte de la película que transcurre en Jordania se ve la bobería y la ignorancia con la que el terrorista –y por ende, el seguidor del terrorista- defiende causas que desconoce y de las que solo ha oído hablar de lejos. La acción se desarrolla en un campamento de entrenamiento de terroristas en Jordania en el que los roces son constantes por la indisciplina de los terroristas alemanes, en comparación a sus iguales –o hermanos según ellos- palestinos. 



Todo estalla cuando las bellas terroristas germanas deciden tomar el sol desnudas, ante las miradas atónitas y excitadas de sus hermanos palestinos, que no comparten que una mujer exhiba sus vergüenzas. Esta genial escena demuestra el grado de desconocimiento e ignorancia que tiene tanto necio –sea terrorista o no- del mundo al que dice defender. En su locura defiende con fanatismo al fanático y se siente hermanado con quien cree que es como él. Los sentimientos de vinculación que se establecen son disparatados y absurdos entre gente que se cree oprimida.

Por esta razón, la noticia de un padre musulmán que acuchilla a su hija porque ella no quería tener un novio musulmán se cuenta de manera aséptica en el equidistante y progresista diario
Público. Es distinto leer la noticia en el diario El Correo Español de Bilbao. Un periódico este último, por cierto, al que ETA ha puesto varias bombas. Nada como no sufrir en tus carnes el azote del terrorismo para ser un abanderado de la equidistancia y la objetividad pacifista y progresista.

De igual modo que hay chicas progresistas que disfrutan enseñando las bragas al vestir y llevando una vida de continua fornicación, pero que luego defienden el velo y la sumisión de la mujer en el Islam. ¿Qué mecanismo mental lleva a defender lo que no querrías para ti? ¿Por qué se defiende para otro país lo que no querrías para el tuyo? De nada parece importar que a una
joven malaya se la condene a ser azotada por beber cerveza; o que a una periodista sudanesa se la quiera azotar por llevar pantalones; o a los egipcios cristianos coptos a quienes se detiene por no guardar el ayuno del Ramadán.

El progresismo de hoy ha sustituido “los pueblos oprimidos” por la “ecología” y la “antiglobalización”.
Los métodos y el fanatismo siguen siendo similares como se les vio cuando intentaron quemar vivo a un policía en Estrasburgo y cuando consiguieron quemar un hotel en la reunión de la OTAN de abril de 2009. Da igual lo que hagan, porque los malos siempre seremos nosotros: los fascistas. Ellos lo hacen con la bendición de quien opera bajo la hoz, el martillo y la bandera de la igualdad. Ellos luchan por nobles ideales, bajo la manta de paz y amor que empapa cualquier estupidez que se haga en nombre de la izquierda.


Por favor, vean la película.

20 de agosto de 2009

Magallanes y Elcano

La cosa se comenzó a gestar en Valladolid en marzo de 1518. Dos portugueses esperaban para ver al canciller Jean le Sauvage que era un noble flamenco que había venido con la camarilla de Carlos V, quien apenas tenía 18 añitos: los mismos que el siglo.

Los portugueses que aguardaban para hablar con Jean le Sauvage eran Fernando de Magallanes, que era capitán de barco, y Ruy Faleiro que era cosmógrafo. Ambos traían la idea de que se podía llegar a Oriente evitando la ruta africana. Había precedentes como el de
Juan Díaz de Solís que había descubierto el estuario del Río de la Plata –donde hoy está Buenos Aires- pero el pobre no pudo hallar el estrecho y encima, cuando estaba tocándose la barriga en la playa al más puro estilo Fuengirola, los indios guaraníes se lo comieron a él y a 8 marineros más. Ignoramos si les gustaba poco hecho o al punto.

Finalmente, tras negociar con sagacidad, Magallanes firmó las capitulaciones con Carlos V el 19 de abril de 1519. Las capitulaciones eran como contratos donde se especificaba la parte que le correspondía al rey de lo ganado; a quién le tocaba administrar justicia y cosas así. Fue un año intenso 1519: el mismo en que Hernán Cortés desembarcaba en México. En las capitulaciones Carlos V escribió un texto cuyas líneas más famosas son: “Partid en buena hora a descubrir la parte del Mar Océano que cae bajo nuestras fronteras y demarcación […]”
Magallanes le había ofrecido su plan a Manuel I que era rey de Portugal, pero el monarca luso no andaba muy lúcido de visión comercial y le dijo que nones. Pero dicen que Manuel I se dedicó a sabotear todo lo que pudo y más la empresa de Magallanes: quién sabe si por envidia o por despecho.

El 20 de septiembre de 1519, Magallanes se hizo a la mar con 5 barcos y 265 hombres desde el puerto gaditano de
Sanlúcar de Barrameda. Magallanes, que era muy cuco, no les contó a sus hombres la magnitud del viaje que iban a emprender, para evitar deserciones. Además de municiones y comida, Magallanes embarcó baratijas con las que negociar con los nativos como tijeras, cascabeles, cuchillos y espejos. A pesar de lo que se cree, la mayoría de las empresas de Indias –se las llamaba empresas porque eran negocios que “se emprendían”- se costeaban con dinero privado. Pero aquí hubo dinero estatal: la Corona puso la mayor parte del coste en el 2º viaje de Colón, en el viaje de Pedrarias Dávila y en el viaje de Magallanes. Carlos V aflojó 6,4 millones de maravedís y el resto –1,8 millones- lo puso un mercader.

Magallanes hizo escala en las Canarias y luego siguió hasta Cabo Verde y Sierra Leona. En los barcos se producía un fenómeno llamado
Fuego de San Telmo. No es difícil imaginarse el miedo que este fenómeno –que hace parecer que hay fuego sobre las velas y los mástiles- causaría en un hombre del siglo XVI. Fue cuando Magallanes puso proa a Brasil.
Antonio de Pigafetta era un italiano que sobrevivió al viaje y que lo narró todo en un libro. Contó que los indios dormían en hamacas de algodón; que iban desnudos; que se comían a sus enemigos para asimilar sus virtudes; y que había unos preciosos loros. Algunos indios regalaron a 2 de sus hijas como esclavas para conseguir un cuchillo. Y eso que los indios eran perfectos y los españoles unos demonios que venían a exterminarlos. Los indios de Brasil fueron el primer modelo de inspiración para el mito de “El Buen Salvaje”: la idea de que los indios vivían en un Jardín del Edén y que no conocían el hambre, ni la envidia, ni el adulterio, ni los celos, ni la, pobreza, ni los asesinatos, ni el robo. La idea de que los indios eran seres buenos, puros y angelicales que fueron corrompidos por los europeos pervive hasta nuestros días

El 31 de marzo de 1520, Magallanes y su flota llegaron a Puerto San Julián, un pueblecito de Argentina que sigue recordando aquella expedición con un
museo temático. Era invierno profundo y Magallanes tuvo que hacer frente a un motín. Muchos marineros querían volver a España pero Magallanes se impuso. Hubo alguna muerte y a otros se los abandonó en tierra. Hubo un marino portugués llamado Esteban Gómez que escapó con una de las naves. Aquí es donde se puede decir que comienza la leyenda de Magallanes.

Magallanes se dispuso a adentrarse en el Estrecho que hoy lleva su nombre. Es difícil pensar en la pasta de la que estaban hechos hombres como él que en un barco pequeño –poneos al lado de la réplica de la nao Victoria- , sin apenas instrumentos de navegación, sin haber estado jamás en esos lares, sin saber qué se iban a encontrar y con las condiciones climáticas que hay en esa zona –cerca de la Antártida y en pleno invierno- apartaron sus miedos y tiraron hacia delante. Hoy en día cualquier barco lleva sistemas de orientación y, en caso de emergencia, puede pedir ayuda. Magallanes estaba solo en la inmensidad de la nada.

Pigafetta cuenta que el estrecho tenía unos 500 kilómetros de largo y que a ambos lados solo había montañas nevadas. Algunos pensaban que aquel canal era solo una bahía pero Magallanes pensaba que había una salida al otro lado. Quién sabe si tenía información de primera mano de algún portugués que hubiese llegado antes que él, o quizá era su propio coraje. Magallanes iba en vanguardia abriendo paso y a veces avanzaba el solo para luego retroceder en busca de los otros barcos que esperaban a que él les mandase avanzar. Una novela de caballerías –
Las Sergas de Esplandián- sirvió para nombrar esa región: Patagonia. Por esos años, otra novela de caballerías – Amadís de Gaula- serviría para nombrar otra remota región: California.

El 28 de noviembre de 1520, Magallanes entró en el Mar del Sur al que él llamó “Pacífico” por lo tranquilo que lo vio. Primero subieron bordeando la costa de Chile y luego enfilaron el Pacífico. Fue la parte más dura, porque el agua se les pudrió y la comida comenzó a escasear. Según Pigafetta, se comían las ratas del barco, cuero y serrín.

Consiguieron llegar a donde hoy están las Islas Marianas en marzo de 1521. Y las nombraron como Islas de Ladrones porque los indios eran rápidos en afanar lo ajeno. Pigafetta narró que los indios iban desnudos aunque algunas mujeres se cubrían sus partes con una corteza de árbol. Para un español de la época era chocante la desnudez, aunque no tanto para un marino resabiado y de vuelta de todo. También contó que había hombres que llevaban barbas hasta la cadera. Más hacia el sur, yendo a las Filipinas, tuvieron noticias de que los portugueses habían andado por allí.

Magallanes se hizo amigo del rey de la isla filipina de Cebú al que consiguió bautizar a la usanza católica y nombró como “Don Carlos”. Fue en esos días, el 27 de abril de 1521, que Magallanes accedió a luchar contra un cacique enemigo del rey de Cebú. Ocurrió en la isla de
Mactán en donde Magallanes subestimó a su enemigo y cayó muerto. Pigafetta describió con mucha emoción la muerte de Magallanes: “[…] nuestro espejo, nuestra luz, nuestro reconforto y nuestra guía cayó muerto”. La tripulación hundió un barco y prosiguió con los dos que les quedaban: la Victoria y la Trinidad.

Pasaron por Borneo, en Indonesia, donde les sorprendió que el rey de allí los hiciera ir a lomos de un elefante para recibirlos. Conocieron a musulmanes que no se parecían a los moros que ellos conocían, porque estaban muy orientalizados. Incluso hubo un rey musulmán que le cambió el nombre a una isla y le puso “Castilla”. Los españoles vieron a esos moros muy razonables en comparación a los que conocían. En las Islas Molucas encontraron el ansiado
clavo: la especia que había puesto todo el mundo manga por hombro. Todos compraron clavo porque sabían que le sacarían mucho dinero en Europa. Incluso hubo quien vendió hasta su camisa. Los españoles vieron que el clavo crecía en árboles altos y gruesos, los cuales daban 2 cosechas al año y que crecían muy bien en las montañas y regados por la niebla.

A los españoles solo les quedaba un barco y tuvieron que huir rápidamente porque los portugueses estaban muy enojados. No querían competencia ni leal ni desleal. El libre mercado no se estilaba y casi todas las mercancías se movían en régimen de monopolio. Fueron los anglosajones quienes comenzaron el libre mercado con muy buenos resultados.

En diciembre de 1521, ya estaban cruzando el Océano Índico y
Juan Sebastián Elcano –vasco de 45 años, nacido en Guetaria, en Guipuzcoa- ya era el capitán del único barco que quedaba.

Al doblar el Cabo de Buena Esperanza –la punta más meridional de África- hubo portugueses que abandonaron el barco por miedo a ser ajusticiados en caso de que se encontrasen con compatriotas enardecidos. En Cabo Verde consiguieron arroz y agua para la última parte del viaje. Eran innumerables los cadáveres de los que morían y que había que lanzar al agua. Pigafetta apuntó una cosa curiosa acerca de los cadáveres: “los cristianos permanecían con la cara hacia el cielo y los indios la tenían hacia el océano”. También descubrieron que, al haber navegado siempre hacia el oeste, habían ganado un día y no era jueves sino miércoles.

El 6 de septiembre de 1522 –casi 3 años después- la nao Victoria arribó a Sanlúcar de Barrameda con 18 hombres a bordo, incluido Elcano, aunque habían zarpado 265. Remontaron el Guadalquivir hasta Sevilla y allí lanzaron una salva de honor. Después fueron a Valladolid donde los recibió Carlos V, quien le dio a Elcano la potestad de poner en su escudo de armas la frase latina “Primus me circumdedisti”, es decir, “fuiste el primero en rodearme”.

Magallanes y Elcano habían probado algo que se sabía hace mucho pero que ahora no se podía refutar: que la Tierra era redonda. Aunque ahora pueda parecer obvio, en la época fue un acontecimiento mundial. Habían mostrado que Colón estaba en lo cierto. Si la gesta la hubieran hecho franceses o ingleses, lo tendrían todo lleno de museos y rutas turísticas, pero lo hizo España. Y como tal, solo una triste y roñosa
placa recuerda el nombre de los 18 que volvieron a Sanlúcar de Barrameda.

14 de agosto de 2009

Barcelona 1809



Pocos saben que los catalanes también tuvieron un intento de rebelión similar a la que acaeció en Madrid contra los franceses el 2 de mayo de 1808. La insurrección de Barcelona aconteció un año más tarde: en mayo de 1809. Por lo tanto, se cumplen ahora 200 años. Podría ser un bonito ejercicio de memoria el recordarlo, pero en Cataluña estos hechos se omiten por un pequeño detalle: los barceloneses de 1809 se alzaron por la libertad de España. Y en el asfixiante mundo del nacionalismo catalán, eso se considera totalmente fuera de lugar. Como no pueden reescribir la historia hasta ese punto, lo silencian.

Todo comienza el 29 de febrero de 1808. Los franceses ocuparon Barcelona con una mezcla de “no os preocupéis que estamos aquí de paso y somos vuestros colegas” sumada a la estupidez y cobardía de dos reyes miserables: Carlos IV y Fernando VII. No hay mejor descripción para darse cuenta de cómo eran que fijarse en la cara con que los retrató Goya.

La primera medida que los franceses tomaron, una vez hubieron llegado a Barcelona, fue cortarles los badajos a las campanas. Hicieron esto porque sabían que en Cataluña había una tradición de usar las campanas para avisar a los otros pueblos de que había un peligro. Esta acción se llamaba “
somatén” y, como con el tiempo hubo milicias que se montaron y que acudían al toque de las campanas, se terminó llamando “somatenes” a las milicias. Estos somatenes se distinguirían en la guerra contra los franceses junto a otras milicias llamadas “migueletes”.

A diferencia de la sublevación del 2 de mayo en Madrid, la revuelta que se iba a producir en Barcelona no era un acto espontáneo y fruto de la ira acumulada: el alzamiento de Barcelona del 11 de mayo de 1809 se preparó meticulosamente.

Los somatenes y tropas entrarían por la puerta de San Antonio, un acceso que se hallaba en la antigua muralla medieval que fue derribada a mediados del siglo XIX. Había enfermos y heridos que se sublevarían en el Hospital de Santa Cruz. En el hospital de San Lázaro había 500 hombres armados al frente de Pablo Mora y José de Foixar. Y había paisanos en la Catedral y en otras iglesias, preparados con martillos a fin de golpear las campanas y llamar a somatén. También se habilitó un improvisado hospital de sangre en el domicilio de José de Foixar. Otros 100 voluntarios pretendían asaltar la casa donde se alojaba el general
Duhesme –gobernador de Barcelona en nombre de Napoleón- que era el Palacio Marc, el cual aún existe y es sede de la Consejería de Cultura de la Generalitat. Y muchos más planes con cientos de voluntarios se urdieron a lo largo de la ciudad.

Pero las cosas comenzaron a torcerse porque los franceses hicieron una inspección en la iglesia de
Santa María del Pino en donde los rebeldes habían hecho acopio de víveres. Además, los franceses hallaron que a la campana se le había colocado un badajo más rústico que el que le habían cortado, pero que serviría para llamar a somatén. Se hicieron redadas por todas las iglesias de Barcelona.

Los insurrectos quisieron sobornar a un italiano que estaba al servicio de los franceses, un tal capitán Provana al objeto de que les dejase pasar por la parte de las
Atarazanas Reales. Pero el italiano se fue de la lengua, a pesar de que le habían prometido 70.000 duros de la época. El italiano lo contó todo a los franceses pero dijo que ignoraba la fecha concreta del motín.

El 12 de mayo se decretó el toque de queda y los franceses comenzaron a registrar la ciudad de modo exhaustivo. El general Duhesme le dijo al capitán Provana que aceptase reunirse con los rebeldes en su propio domicilio y apostó un batallón escondido en la casa. Acudieron dos de los cabecillas, Salvador Aulet y Juan Massana, que fueron detenidos y llevados a la fortaleza de la Ciudadela.

La fortaleza se había erigido en tiempos de Felipe V pero se demolió a mediados del siglo XIX y hoy en su lugar está el
Parque de la Ciudadela. Los torturaron y es difícil de saber, pero, seguramente, acabaron diciendo el nombre de los otros sublevados.

Los franceses detuvieron al resto de los conjurados: a Joaquín Pou y Juan Gallifa que eran curas y al suboficial José Navarro. Se les sometió a juicio sumarísimo y se les condenó a morir el 3 de junio de 1809. Pou y Gallifa morirían por garrote vil; Navarro, Massana y Aulet serían ahorcados.

Los franceses se dieron cuenta de que no había un verdugo disponible y tuvieron que improvisar. Escogieron a dos presidiarios y les encomendaron la labor. Uno era valenciano –Antonio Aznar- y el otro aragonés – Antonio Sánchez-. Años después, en 1815 ambos presos fueron ajusticiados por un tribunal que dijo: “reos de alta traición e impío y sacrílego asesinato de cinco buenos españoles. Les condenamos a la pena de horca, debiendo ir arrastrados al suplicio, y después decapitados, y mutiladas sus manos derechas”.

A eso de las 16.30 del 3 de junio, comenzaron las ejecuciones. El primero en sufrir garrote vil fue el padre Joaquín Pou, quien agonizó durante mucho tiempo por la falta de pericia de los verdugos. El segundo ajusticiado fue el padre Juan Gallifa que murió con menos sufrimiento. El tercer reo fue Salvador Aulet que consiguió decir en catalán y en francés –antes de que lo ahorcasen- que perdonaba a quienes lo hubiesen agraviado. El cuarto en padecer fue el suboficial José Navarro. Y el quinto y último fue Juan Massana que también dijo en francés que perdonaba a sus enemigos.

A las 10 de la noche de aquel mismo día, los franceses eligieron a varios barceloneses para que trasladasen los cuerpos desde el patíbulo a una fosa común en la propia Ciudadela. Días más tarde, el 27 de junio se ajusticiaría a 3 barceloneses más: Pedro Lastortras, Julián Portet y Pedro Más.

El 4 de noviembre de 1814, el Ayuntamiento de Barcelona acordó homenajear a los caídos y dejó escrito: “[…] haciéndose por las almas de aquellos un muy solemne funeral, sean trasladados a sepultura honorífica los restos de dichos cuerpos […] de aquellos ilustres mártires de la libertad española en esta capital […] y se haga memorable la demostración de gratitud de Barcelona […]
Los cuerpos se exhumaron y se trasladaron a la
Catedral de Barcelona el 16 de octubre de 1815.

Es llamativo y nada casual que la Diada – fiesta nacional de Cataluña- ensalce a un héroe como
Rafael Casanova que fue lo que hoy llamaríamos un colaboracionista, porque falsificó el certificado de su propia muerte para huir cobardemente disfrazado de fraile. Se instaló a pocos kilómetros, en Sant Boi de Llobregat, y ejerció tranquilamente su profesión de abogado, muriendo a los 83 años. En su lugar, los catalanes podían recordar cada junio a Pou, Gallifa, Aulet, Navarro y Massana. Pocos se acuerdan hoy de estos barceloneses y, cuando lo hacen, los desvinculan completamente de la historia de España.

A pesar de que nunca hubo un momento mejor para que los catalanes reclamasen su independencia, nadie lo hizo. El vacío de poder era absoluto y, por no haber, no había ni rey en España. Nadie se acordó de las añoradas Cortes valencianas, catalanas o aragonesas que Felipe V había abolido 100 años antes. Aunque hoy se las evoque para hablar de los “300 años de ocupación de la nación catalana”. La Generalitat no resurgió de sus cenizas a pesar de los somatenes y migueletes catalanes alzados en armas. En su lugar, apareció la Junta de Cataluña –al igual que la de Valencia o Galicia- la cual invocó en sus llamamientos a Fernando VII, a la religión católica y a España.

Nadie recuerda que las zonas con más actividad guerrillera contra Francia fueron Cataluña, el País Vasco y Navarra. Nadie recuerda que Cataluña no quiso ser anexionada a Francia, que era un país más moderno y avanzado, y que había reconocido la oficialidad de la lengua catalana. Nunca jamás en su historia, Cataluña lo tuvo más fácil para ser independiente, pero nadie movió un dedo por ello. Quizá porque eran españoles.

12 de agosto de 2009

Galeones


Fueron presa codiciada de piratas y corsarios. Acosados y perseguidos por tifones y huracanes y por todas las aves de rapiña inglesas, francesas y holandesas que surcaban los mares, fueron derrotados en ocasiones, pero salieron victoriosos las más de las veces. Eran los galeones: el barco más simbólico del poderío español.

Su forma era inconfundible. Los hemos visto en películas y cuadros. Su rasgo más característico era la popa ancha y aplastada. Sobre esta misma popa se levantaba un altísimo alcázar que se dividía en varios niveles. Visto desde atrás tenía una peculiar forma de U que se abombaba por los lados y se estrechaba por arriba. En su parte trasera llevaba insignias religiosas o retratos de la santa o el santo que les daba el nombre. Solían tener dos filas de cañones en cada lado que no usaban en demasía. Los españoles gustaban del combate cuerpo a cuerpo y preferían acercarse al barco enemigo y abordar, que usar el fuego de los cañones.

El galeón era un barco cuyos antecedentes eran naves que se usaron principalmente para navegar por el Mediterráneo como la
nao, la carraca o la carabela. De las naves que usó Colón en su viaje, La Pinta y La Niña eran carabelas. La Santa María era una nao.

Se cree que los primeros barcos que se llamaron galeones debieron navegar en 1517 para combatir la piratería en el Mediterráneo. El término estaba ya en uso en 1530 cuando los franceses usaban la palabra “galeones” de modo abundante. La mayoría de las naos o carabelas no estaban hechas para pelear a cañonazos. Se usaban incluso como barcos mercantes en la mayoría de las ocasiones. En una época en que era raro que hubiera barcos de guerra especializados, los galeones fueron los primeros de su clase. Los galeones se hicieron para proteger el inmenso Imperio Español que se había conquistado y las pingües riquezas que cruzaban los océanos con destino a España. Aunque el término era ambiguo porque se usaba galeón para denominar barcos que no lo eran. Pero la cuestión quedó zanjada cuando en 1567 se les comenzó a llamar “Galeones del Rey”. Desde ese momento en adelante los galeones solo serían de la Armada Real. Es decir: los galones no eran privados sino estatales. Como la RENFE o RTVE.

Había que construir un barco que aguantase los huracanes y las fortísimas corrientes del Atlántico. Por lo tanto, la construcción de los galeones supuso un enorme esfuerzo tecnológico en la época. España era tecnológicamente el país más avanzado de su momento. Los sabios fueron muchos. Gentes como
Alonso de Chaves quien escribió “Quatri partitu” . Bartolomé Vellerino de Villalobos y su “Luz de Navegantes”. Juan Escalante de Mendoza y su “Itinerario de navegación de los mares y tierras occidentales”. Martín Fernández de Enciso y su “Suma de Geografía”. Todas ellas eran obras de cartografía, cosmografía, navegación, geografía, hidrografía y construcción naval.

Según cuenta el profesor Francisco Fernández González: “La navegación transatlántica invalidaba las cartas y propició el desarrollo de unas mejores técnicas para conocer los elementos esenciales de este arte: la posición, el rumbo y la velocidad. La posición se fija por la latitud y la longitud del lugar en la mar. Sólo la latitud se resolvía, con bastante pericia del piloto, midiendo la altura del Sol al mediodía con el cuadrante o el astrolabio, y la del polo y otras estrellas con la ballestilla o báculo de Jacob. Pero determinar la longitud requería dominar la medida del tiempo con mayor precisión. Los relojes a bordo eran la ampolleta de arena, que se volcaba cada guardia, de día, y el nocturlabio, que medía la posición del carro de la Polar, de noche, o la Cruz del Sur bajo el Ecuador”.


Todos los pilotos se formaban en la
Casa de la Contratación una institución con sede en Sevilla que empezó a funcionar en 1503 en tiempos de los Reyes Católicos. No es atrevido afirmar que la NASA y el Instituto Tecnológico de Massachussets MIT del siglo XVI estaban en España.

Los galeones se hacían en el norte de España, principalmente en Santander y en Guipuzcoa, porque el roble que nacía allí se tomaba como la mejor madera. Incluso en 1593 se ordena que "no se dé registro para Indias a ninguna nao fabricada en astilleros de las costas de Huelva ni de Cádiz" porque la madera de la zona se consideraba muy mala. Aunque las velas eran de lino de Holanda y los cordeles de las jarcias se tejían de cáñamo de Calatayud, y luego de Riga y Holanda. La brea para calafatear se hacía en Vizcaya, pero el alquitrán era de Moscovia.

Más tarde hubo astilleros donde se hacían galeones en La Habana, Cartagena de Indias, Veracruz y Manila. Se vio que la madera de esos lugares era mucho mejor que el roble cantábrico y vasco. Se empleó, sobre todo, caoba.

Los galeones españoles seguían 4 rutas que terminaban siendo 2.
- Había una ruta que traía por mar la plata de las minas de
Potosí en el conquistado Imperio Inca hasta Panamá y luego por tierra hasta Cartagena de Indias.
- La otra ruta se componía de dos flotas que salían juntas de España y se dirigían por un lado a Veracruz en México – la Flota de la Nueva España- y por otro lado a Cartagena de Indias y Panamá – la Flota de la Tierra Firme- Meses más tarde, zarpaban a la vez y se reunían en La Habana para volver a España.
- La última ruta era el
Galeón de Manila. Una apasionante y desconocida historia de galeones que cruzaban el Océano Pacífico desde Filipinas hasta México, para luego ir por tierra hasta Veracruz y desde ahí a España. Llevaban exóticos productos orientales a Europa y eran constantemente acosados por piratas holandeses –hasta allí se iban los muy cabrones- y piratas chinos. Pero la ruta se mantuvo hasta el siglo XIX.

La vida a bordo de un galeón sería asquerosa para cualquiera de nosotros. No había higiene y estaban infestados de cucarachas, ratas, pulgas y piojos. En algunos había una porción de tierra llamada jardines donde uno podía aliviarse. Si no, siempre cabía el recurso de bajar a la sentina, el lugar bajo el nivel de flotación donde se filtra el agua del mar.

Los soldados y marineros que iban a bordo tenían una dieta estricta y pobre. Se les daba medio azumbre –un litro- de vino tinto. Se les daba un bizcocho –un pastel que había sido “cocho” es decir, cocido, dos veces para que durase más- de unos 700 gramos. Se les daba una menestra de garbanzos, lentejas, arroz y habas. Además, había carne salada 4 días a la semana y pescado salado los 3 restantes. A todo esto se le añadía aceite de oliva, vinagre, cebollas, aceitunas y ajo. Sin pretenderlo, los galeones españoles tenían una dieta mediterránea y sana que hacía que el escorbuto fuese menos abundante que en barcos de otras nacionalidades.

Pero las historias más apasionantes y que más libros y películas han generado han sido las que tenían que ver con el oro y la plata que llevaban en sus panzas; con piratas que los acosaban o con huracanes que los hundían sin piedad.

En 1554 el galeón San Esteban salió de Veracruz rumbo a La Habana pero fue hundido por un huracán en el Golfo de México. En sus bodegas iban 2 millones de pesos en plata. Fue encontrado junto a 2 barcos más en 1960 junto a la costa de Texas en una zona que ahora se llama
Mansfield Cut Underwater Archeological District.

En septiembre de 1622 el
Nuestra Señora de Atocha se hundió saliendo de La Habana con un millón de pesos de plata, más 20 toneladas de lingotes de plata, más oro y esmeraldas. Fue descubierto en 1985 por Mel Fisher quien tuvo que litigar con el Estado de Florida para quedarse con el tesoro. La mayor parte se exhibe en Florida, en Key West, en un museo que lleva su nombre.

El 10 de diciembre de 1600 en la bahía de Manila unos piratas holandeses hundieron el
galeón San Diego cuyos restos fueron encontrados en 1991. La mayoría de lo recuperado se expone en el maravilloso y desconocido Museo Naval de Madrid.

Pero quizá el primer y más legendario caso de piratería contra el oro y la plata de las Indias sea el que ocurrió en 1522 entre las islas Azores y España. Hernán Cortés mandó a Carlos V, y a muchas otras personalidades, un riquísimo tesoro compuesto de piezas aztecas de oro desde México. El pirata francés
Jean Fleury al que los españoles llamaban Juan Florín, actuaba al amparo del rey francés Francisco I. Los franceses ya sabían de las riquezas del Imperio Azteca, pues se habían expuesto en Bruselas, en 1520, los primeros regalos que Cortés envió a Carlos V. Una de esas piezas aztecas –una elaborada pieza de orfebrería- había causado una gran admiración en el pintor alemán Alberto Durero. Juan Florín esperó al barco español, lo interceptó y se llevó su botín a Francia. La mayoría del oro azteca fue fundido en otras piezas y nunca se volvió a saber de él. Juan Florín fue capturado y ajusticiado en Toledo por orden de Carlos V unos años más tarde. Este desastre fue el comienzo de las flotas con escolta. Pero también fue el comienzo de los piratas como Francis Drake o John Hawkins. Fue el comienzo de los legendarios galeones.

3 de agosto de 2009

Gránico



La batalla sobre el río Gránico fue la primera de las grandes contiendas que sostuvo Alejandro Magno una vez que hubo decidido conquistar el Imperio Persa. Tuvo lugar en el norte de la actual Turquía, muy cerca del Mar de Mármara.

Alejandro Magno cruzó el Helesponto –hoy se llama Estrecho de los Dardanelos- con 32.000 infantes y 5.100 jinetes, más otros 8.000 infantes que ya estaban en territorio de lo que hoy es Turquía. Era la primera vez que un ejército griego llevaba la guerra al otro lado del Helesponto. Siempre había sido al revés y eran los persas quienes invadían Grecia para intentar dominarla. Pero Alejandro Magno era demasiado ambicioso como para esperar que los persas viniesen a plantarle cara. Dicen que Alejandro visitó las ruinas de Troya y rindió pleitesía a la tumba de Aquiles de quien se consideraba sucesor. Alejandro jamás quiso ser un segundón: aspiraba a ser el más grande.

Era el mes de junio del año 334 antes de Cristo. El ejército persa se oponía con unos 20.000 jinetes y unos 5.000 hoplitas que eran mercenarios griegos. No sería la primera vez que combatirían griegos contra griegos en Persia: ser mercenario era una profesión en alza. A pesar de que los historiadores de la época aumentaron el número de los persas,- a mayor gloria de Alejandro-, ahora se cree que ambos ejércitos estaban bastante equilibrados en efectivos.

El río
Gránico, que ha cambiado su curso desde aquellos tiempos, era fácilmente vadeable y por esa razón no supuso un obstáculo grave. Los persas esperaban a los macedonios al otro lado del cauce aprovechándose de que la margen del río se elevaba cuesta arriba. Es decir: los macedonios tenían que cruzar el río y combatir trepando una colina. El primer error fue que los persas prefirieron detener a los macedonios con su caballería, porque no se fiaban de que los mercenarios griegos se cambiasen de bando: al final el terruño siempre tira.

Como siempre, Alejandro se la jugó y ganó. Hizo que muchas tropas sirvieran de cebo a los persas que se envalentonaron y descuidaron sus flancos. Mientras tanto, sus temibles
falanges esperaban su momento. Las falanges portaban las sarissas: enormes lanzas de más de 5 metros. Su jugada maestra era una especie de yunque y martillo: en que el yunque eran sus falanges y él era el martillo con su caballería. Alejandro atacó por su derecha – la línea izquierda de los persas- y los desbordó. Poco a poco los fue envolviendo y se encontró de cara con los jefes persas. Fue uno de los instantes en que más cerca estuvo de la muerte.

Así lo cuenta el historiado griego
Arriano: “Alejandro divisó a Mitrídates, el yerno de Darío –el emperador persa- que se había alejado de los demás. Alejandro golpeó a Mitrídates en la cara y lo descabalgó. Pero otro persa llamado Resaces se fue contra Alejandro y le golpeó en la cabeza con su espada, aunque el casco aguantó el impacto. Alejandro se volvió y le atravesó el pecho a Resaces con su lanza. Alejandro no vio que Espitrídates estaba detrás de él con su espada en alto. Pero uno de los generales de Alejandro – Clito el Negro- le rompió la espada y el hombro a Espitrídates”

Alejandro Magno salvó la vida por la intervención de su fiel
Clito. Años más tarde, Clito le echó en cara a Alejandro, en un banquete, que había traicionado sus raíces griegas y que se había convertido en un tirano. Alejandro lo mató con su lanza completamente borracho.

No fue la primera vez que Alejandro pudo morir en la conquista del Imperio Persa. Lo hirieron en
Issos, en el sitio de Gaza, en las montañas de Bactriana, frente a los Aspasios –una tribu de la India-, y en Multán donde a punto estuvo de morir por una flecha que le atravesó el pulmón. Se exasperó porque sus soldados vacilaban en tomar una muralla y se lanzó él solo.

Si Alejandro Magno hubiera muerto y no hubiese conquistado el Imperio Persa nada habría sido como lo conocemos. No habría existido la
Biblioteca de Alejandría, porque el general macedonio Ptolomeo no habría podido fundarla. Se habrían perdido, quizá, todas las obras de Homero, Eurípides y casi todos los griegos clásicos, si los persas hubieran acabado conquistando a los griegos. Quizá habrían conquistado gran parte de Europa y Roma jamás habría existido. No habría existido Aristarco de Samos quien fue el primer ser humano en aventurar que la Tierra gira alrededor del Sol, porque Aristarco estudió en la Biblioteca de Alejandría. Tampoco habría existido Eratóstenes que calculó con asombrosa exactitud el tamaño de la Tierra. Tampoco el Cristianismo se habría empapado del pensamiento griego porque San Pablo no habría existido. Y jamás el Cristianismo habría pasado de ser un culto local, porque sus textos jamás se habrían escrito en griego como se hizo con el Nuevo Testamento que se escribió en griego, porque durante siglos el griego fue la lengua de cultura en toda la zona oriental del Imperio Romano. Pero no habría existido Roma, ni Lepanto, ni las Cruzadas, ni Santo Tomás de Aquino, ni John Locke. O quizá sí. Y Roma habría existido a pesar de todo. O quizá no. Es cierto que luego surgió el avance arrollador del Islam que a punto estuvo de comerse Europa en un par de ocasiones. Uno de los elementos que detuvieron el empuje del Islam en Europa fueron los españoles -con su genocida y poco buenrollista Reconquista- tan poco dados a la multiculturalidad en aquellos tiempos. Pero sin Cristianismo, ¿qué elemento de cohesión habrían encontrado para hacer frente al Islam? Aunque quizá nunca habría existido el Islam porque Mahoma nunca se habría alimentado del Cristianismo en la idea de un solo dios y de un oponente como Satán. Quizá seguiríamos siendo politeístas, pero nunca habríamos llegado a la Luna o quizá sí. Se admiten apuestas.

30 de julio de 2009

Acoma


Cuando se piensa en el viejo oeste estadounidense, se evoca la imagen de Toro Sentado o de Gerónimo; de los apaches y de los sioux. Se piensa en Billy el Niño, en Wild Bill Hickock o en el sheriff Pat Garret. Se piensa en Errol Flynn –como el general Custer- marcando paquete y seduciendo guapas señoritas con su hermoso uniforme del Séptimo de Caballería, semanas antes de que Caballo Loco le cortase sus genitales y se los metiese en la boca tras Little Big Horn. Pero pocos saben que todas esas historias fueron protagonizadas varios siglos antes por españoles. La huella es muy fuerte en toda la zona sur y oeste de Estados Unidos. Se ve en los topónimos. Se ve en uno de los máximos iconos de la cultura estadounidense: el cowboy. Los españoles que colonizaron el oeste de Norteamérica siguieron usando el mismo sombrero de ala ancha que llevaron allí en el siglo XVII. El mismo sombrero que llevaban los soldados de los Tercios y que tan bien venía para protegerse del sol cegador de aquellos predios. Cuando en Europa ya estaba pasado de moda, allí se seguía usando. Y los españoles fueron los primeros en llevar caballos. Los más hábiles y quienes más tradición tenían de criar y domar caballos eran los andaluces. Allí se ponían los sombreros de ala ancha para quitarse tanto sol. Los famosos cowboys del siglo XIX que todos hemos visto en los “westerns” no son más que vaqueros andaluces del siglo XVII pero hablando inglés.

Juan de Oñate fue el último conquistador español. Así se le suele llamar en la historiografía. Sus maneras, sus sueños, sus ideales, su rudeza, su tenacidad y sus principios se correspondían a los valores que habían alumbrado el paso de gentes como Hernán Cortés o Francisco Pizarro. Pero la era de los conquistadores fue la primera mitad del siglo XVI, después entraron en decadencia. Fueron apartados, maltratados, utilizados y marginados. Quienes se valieron de ellos para ensanchar las posesiones españolas los arrinconaron cuando la fiereza de los conquistadores estaba mal vista. Es un eterno suceso en España: usar a un vasallo para luego humillarlo y olvidarlo.


En lo que hoy es México que en el siglo XVI se llamaba Nueva España, las fronteras estaban marcadas –más o menos- en las líneas actuales. Pero Felipe II ordenó expandir los territorios hacia el norte y se montó una expedición que fuese hacia el Norte, en dirección a lo que hoy es el estado de Nuevo México en Estados Unidos. Se eligió a Juan de Oñate que era hijo de uno de los capitanes de Hernán Cortés. La expedición iba con intención de quedarse pues llevaban cerdos, ovejas, caballos, mujeres, niños, harina, medicinas, carne salada etc… Entre los soldados había algún oriundo de México, pero la mayoría eran españoles venidos de la Península: castellanos y andaluces, sobre todo, pero también había cántabros, gallegos, asturianos, vascos, algún portugués, un flamenco y un griego. Los españoles no se complicaban la vida con los nombres raros así que al griego lo nombraron Juan Griego.

Los obstáculos burocráticos que tenía que sortear una expedición eran iguales o más difíciles que ahora. El amor español por el papeleo viene de antiguo y una de las razones que hace tan fácil el estudio de la Conquista de América es que todo está anotado en el colosal
Archivo de Indias. Finalmente la expedición se puso en marcha el 26 de enero de 1598, meses antes de que muriese Felipe II.

El avance era espantoso por el clima hostil y porque la mayoría de las tribus indias no querían ver ni en pintura a los españoles. Cosa lógica, por otro lado. Aunque el cine se haya empeñado en darnos una visión idílica de los indios, lo cierto es que se mataban entre ellos sin tregua ni descanso. El pueblo más odiado, más salvaje y que mas bajas causaba a las otras tribus indias eran los archiconocidos
apaches. Un pueblo que se había visto obligado a emigrar a America cruzando el Estrecho de Bering desde Asia debido a la presión que les metió otro enemigo del buen rollito que era Genghis Khan. Los apaches eran pueblos feroces con unos guerreros expertos y hábiles y puede decirse que no fueron totalmente derrotados hasta finales del siglo XIX. No fue raro que muchas tribus indias prefiriesen rendir tributo y pleitesía a los españoles que sufrir a los rudos apaches. De igual manera que muchas tribus se pusieron del lado de Hernán Cortés -80 años antes- en contra de los aztecas.

El 8 de septiembre de 1598, una vez la expedición hubo cruzado el
Río Grande –también llamado Río Bravo-, se hizo una comida para dar gracias a Dios por haberlos protegido. Fue el primer Día de Acción de Gracias que se hizo en el territorio actual de Estados Unidos. 23 años antes de la que hicieron los peregrinos del Mayflower y que es la que se recuerda cada año, el cuarto jueves de noviembre. Los españoles estaban decepcionados por la esterilidad de las tierras conquistadas y mandaban pequeñas expediciones en busca de nuevos prados. Venían noticias de los “cíbolos” los bisontes o búfalos, cuya caza solía dejar más de un hombre muerto o un caballo herido. Fue en una de estas expediciones cuando les llegó la noticia de una ciudad sobre las nubes.

Las leyendas sobre la ciudad que reposaba en las nubes no eran nuevas. Desde 1539 habían oído hablar de los pueblos que vivían en las alturas y que se pintaban el cuerpo de negro cuando entraban en combate. La ciudad sobre las nubes se llamaba Acoma y no era la primera vez que sus habitantes recibían la visita de los españoles. La expedición de
Francisco Vázquez de Coronado en 1540 había estado en Acoma. Dicen las crónicas que los indios sintieron pavor antes esos barbudos hombres, que portaban extrañas poderosas y ruidosas armas, que cabalgaban a lomos de raros animales y que usaban durísimas espadas de acero que lo cortaban todo. Pensad en el aspecto de un español del siglo XVI con su morrión –el casco curvo de dos puntas-; su coleto –una especie de chaleco de cuero duro que protegía el pecho-; y su arcabuz. Malolientes, macarras, fanfarrones, descarados, chulos y violentos. Pero también valientes, honrados y nobles. Tuvo que ser digno de verse el salvaje choque de dos mundos distintos que se produjo en aquel instante. Parecido a como acontecería si varios platillos volantes descendieran sobre la Gran Vía madrileña. Igual que había sucedido en 1519 cuando Hernán Cortés llegó a la inmensa ciudad de Tenochtitlán y la gente se arremolinaba en torno a ellos y apenas los dejaba avanzar. Decían que eran “teules”, es decir, dioses. Quien más les llamaba la atención era uno de los capitanes de Cortés: Pedro de Alvarado porque era rubio y de ojos azules. Pero esa es otra historia…

El 4 de diciembre de 1598, un grupo de 30 españoles mandados por Juan de Zaldívar –a quien Juan de Oñate había encomendado la expedición- llegó a la ciudad de
Acoma. Se cree que la ciudad de Acoma ha estado habitada desde el siglo XII, con lo que se podría decir que es la ciudad más antigua de Estados Unidos. Los habitantes de la ciudad de Acoma eran indios pueblo que recibieron a los españoles con suma amabilidad. Zaldívar decidió dejar 14 hombres abajo con los caballos y subió con los 16 restantes. Los indios agasajaron a los españoles dándoles comida y regalos y los invitaron a conocer el pueblo. Los niños cogían a los españoles de la mano y les enseñaban las calles. Nadie sospechaba que los estaban separando a unos de otros.

De repente, un alarido de guerra se oyó y todos los indios –mujeres, niños, ancianos- comenzaron a atacar a los españoles con piedras, cuchillos y todo lo que tuvieran a mano. El propio Zaldivar resultó muerto en el repentino ataque, pero, una vez repuestos de la sorpresa, los españoles vendieron cara su vida. A golpes de espada, a patadas o pedradas, los españoles supervivientes gritaban sus frases con las que se infundían coraje: “Castilla”, “Santiago” o “Cierra España”. Esta última frase -a pesar de que se cree que la inventó Franco o El Guerrero del Antifaz- viene de la Edad Media. El significado es: España entra en combate.

En medio del aguacero de flechas y piedras, 5 supervivientes se reunieron a fin de hacer un círculo en el que defenderse. No tenían pólvora, por lo que usaban sus arcabuces a modo de bates de béisbol. Chorreaban sangre y estaban asfixiados por el miedo. Los indios los iban empujando hasta el precipicio sin que pudiesen hacer nada por impedirlo. Al final, antes que verse empujados, eligieron saltar. Quizá fue el apóstol Santiago quien los auxilió. Sea como fuere, los 5 saltaron y solo uno murió. Debieron de caer en alguna duna de arena que amortiguó el golpe. Esta casualidad tuvo que insuflar más miedo en los indios hacia estos poderosos, feos e invencibles enemigos. Los españoles que sobrevivieron retornaron hacia el pueblo donde se hallaba Juan de Oñate para avisarle de lo que, a todas luces, parecía una rebelión.

El 21 de enero de 1599, 70 hombres mandados por Vicente Zaldivar –hermano del fallecido- llegaron a las faldas de la montaña de Acoma a fin de sitiarla y rendirla. No iban bien armados. Tenían un único cañón llamado pedrero, que se denominaba así porque disparaba bolas de piedra. No todos tenían armas de fuego –arcabuces y mosquetes-. En lo alto de la cima habría unos 500 fieros guerreros –navajos y pueblo- convencidos de que podrían derrotar a los barbudos demonios blancos. Todos se habían pintado el cuerpo de negro: era pintura de guerra. Desde lo alto entonaban sus cánticos y aullaban en éxtasis, clamando a sus dioses que los ayudasen. Cánticos similares a los que, siglos después, escucharía el general Custer antes de que su 7º de caballería fuese aniquilado por los sioux de Caballo Loco. Pero hacían falta más que cánticos para que unos soldados, que pertenecían a una estirpe curtida en 800 años de guerra contra los moros, se sintiesen atemorizados.

Los españoles siguieron el procedimiento habitual y, en nombre del rey de España, pidieron hasta 3 veces que les entregasen a quienes habían matado a Zaldivar. Desde arriba solo les llegaron insultos y amenazas. Seguramente, en su lengua, les dijeron de todo menos guapos. Los españoles hacían lo mismo que sus antepasados los romanos quienes, al sitiar una ciudad, primero pedían su entrega pacíficamente en nombre del Senado y el pueblo de Roma. Casi siempre les decían que no, pero al menos nadie los podría tachar de falta de talante. Los indios desconocían que los barbudos y apestosos hombres que les exigían la entrega de sus camaradas eran los mismos que habían cambiado la faz de Europa a lo largo del siglo XVI. Acaso si lo hubieran sabido, habrían capitulado. O quizá no. Los españoles acamparon y durmieron mientras los indios proseguían con sus danzas de victoria: tan seguros estaban de que aplastarían a los rostros pálidos… y barbudos.

Se dividieron en grupos de 12. El primer grupo fue enviado al amanecer cargando el único cañón del que disponían. Tenían que escalar la escabrosa pared y para no hacer ruido engrasaron sus armaduras y armas. Pintaron de negro sus armaduras para que no brillasen en la oscuridad y se pintaron el rostro igualmente. De similar modo a como haría hoy en día un comando de operaciones especiales. Mientras tanto, para desviar la atención, Zaldivar comenzó a disparar sus arcabuces contra la ladera norte, pero estaban demasiado lejos para hacerles daño a los indios. Los españoles siguieron escalando y se encaramaron a una roca aislada del macizo central donde establecieron una pequeña base de operaciones. Por la noche, sus compañeros que esperaban abajo talaron algunos árboles y escalaron hacia donde se hallaba la avanzadilla al objeto de reunirse con ellos. Se escondieron entre las grietas, mientras hacían con cuerdas y los troncos un pequeño puente portátil, demostrando la misma habilidad manual que tenían los legionarios de Julio César que derrotaron a los galos de Vercingétorix en el año 52 A.C. Al amanecer, un pequeño grupo tendió el puente y comenzó a cruzar hacia la gran piedra. Los indios se dieron cuenta pero no pudieron impedirlo. Pero por efecto del nerviosismo, un soldado cortó la cuerda y dejó a un grupo aislado y separado de la base.

Los soldados refugiados en la base no podían disparar sus arcabuces sin miedo a herir a sus compañeros. De modo que hubo un gesto de locura y heroísmo de los que solo tienen lugar en una guerra. Un soldado llamado Gaspar Pérez de Villagrá –que más tarde escribiría “La Historia de la Nueva México” pegó un enorme salto desde la base hasta la ladera de la roca. Anudaron de nuevo el puente y pasaron para socorrer a sus compañeros. Bajo una proporción de uno contra diez, los españoles se abrían paso entre los indios y combatieron por todas las calles de la ciudad de Acoma. Las flechas les venían por todos los lados y se les quedaban clavadas en los coseletes; las piedras los aturdían pero sus morriones y las armaduras los protegían; tenían cortes en los brazos y en la cara. No obstante la brutal resistencia que opusieron los indios, los españoles fueron adueñándose de la ciudad. Aún quedaban pequeños núcleos de indios que se habían hecho fuertes en sus casas. Los españoles usaron el cañón –pedrero- para derribar los muros y sacar a la gente. Los indios terminaron rindiéndose por la tarde.

La conquista de Acoma tuvo el efecto disuasorio esperado y todos los indios de la región que iban a sublevarse contra los españoles abandonaron la idea. Tras la conquista llegó la fe católica de los misioneros. Pero no solo trajeron la fe, sino que les enseñaron a cultivar; las formas de construir sistemas de irrigación; los modos de hacer graneros; los nuevos frutos y árboles traídos de Europa; les trajeron hospitales y escuelas. El primero en llegar a Acoma fue fray Juan Ramírez quien fundó una misión en la ciudad. Estuvo desde 1629 hasta su muerte en 1664. El pueblo de Acoma pasó por varias rebeliones y posteriores sometimientos pues siempre se mantuvo el espíritu indómito de los indios pueblo. Allí sigue la ciudad de Acoma en lo alto de la roca con restos de la primera iglesia que construyó fray Juan Ramírez, a unos 80 kilómetros al oeste de Albuquerque.

Hace unos años se quiso erigir una estatua ecuestre a Juan de Oñate en la ciudad de El Paso en Tejas. El revuelo fue mayúsculo entre los indios que se oponían con todos los tópicos de la vieja y fructífera Leyenda Negra. Se dijo que no se podía honrar a un asesino. Al final el monumento se erigió y se ha convertido en la estatua ecuestre más grande del mundo pues mide 10 metros. Para suavizar las tensiones vecinales se le quitó el nombre de Juan de Oñate y se dejó en “El jinete”. Todo muy aséptico. Deberíamos en España derribar todos los monumentos romanos en homenaje a los cientos de miles de muertos que causó la romanización. Y más en Francia con el millón de muertos que causaron las Guerras de la Galia. Y derribemos el Arco de Triunfo en París por los 10 millones de muertos de las guerras napoleónicas. Y así hasta el infinito y más allá. Son museos de Blancanieves y los siete hombres de estatura sólo ligeramente menguada.

El
New York Times hizo un ponderado y buen artículo en el que dio todas las visiones y hasta entrevistó al escultor. Y se hizo un documental llamado –como no podía ser menos- “El último conquistador” del que en Google Videos hay un debate que incide en los tópicos de siempre. Renegar de las conquistas es renegar de la historia de la Humanidad. Venimos de ahí aunque prefiramos olvidarlo y deseemos convertir la historia en un cuentecito de Heidi y Pedro. Pues somos lo que somos, porque un día fuimos lo que fuimos. Recordar no es glorificar. Recordar es tener memoria. Luego, cada uno le dará la interpretación que quiera de acuerdo a sus lecturas y vivencias.
Los indios que no querían la estatua de Oñate portaban carteles pidiéndole al conquistador que les devolviese el pie que les cortó en castigo. Me parece bien. Pero os pido a todos que os unáis conmigo, que peregrinemos a Roma y le pidamos a Silvio Berlusconi que nos devuelva todo el oro de Hispania y que nos recompense por los cientos de miles de hispanos muertos en la Romanización. Por favor. Hagámoslo. Ya.